Terror en el supermercado, horror en el ultramarinos

Tras un par de semanas sumergido en una mezcla de viaje etílico y retiro veraniego hay que volver para adaptarse a la vida normal, esa que vuelve a poblar las ciudades y ya no te permite disfrutar de sus encantos. Aun así, retiro no significa dejar de jugar a cosas, mucho menos si te llegan al alma. Y es que este fin de semana una demo me vendió la 360 mejor que todo el marketing de MS y los gritos de sus fanboys: «Dead Rising». Y ojo, ya se que las demos al igual que los trailers suelen ser mejores que el juego en sí. Pero ¿como resistirse al encanto de un centro comercial lleno de zombies y armas de todo tipo?

Esta versión moderna de «El amanecer de los muertos» parece un juego perfecto para amantes de conceptos tan dispares como «Shenmue» y «Dinasty Warriors», para unos por la gran cantidad de cosas que se puede hacer aunque no afecte a la trama, y para otros por la plasticidad de sus batallas contra un abrumador ejército de muertos vivientes. Por lo leido en diferentes críticas parece que la versión final del juego arrastra algunos fallos de jugabilidad graves, aunque después de leer que se consideran cosas negativas el que no se pueda apuntar corriendo o que se rompan las armas creo que una parte del problema es que esa gente se ha equivocado de juego.

«Dead Rising» no parece el típico juego de matar sin pensar a lo que se mueve o de seguir linealmente la historia, si no una aventura para gente paciente con ganas de recrearse y estudiar cosas estúpidas como si se pueden crear cabezas de osito inflamables, cuantos diamantes necesitas para dejar seco a un zombie o si un carrito de la compra es más efectivo que un carro de combate en la lucha contra los muertos vivientes. Sin importar las veces que haya de rejugarse. Los que tengais la suerte de acceder a una 360 poneos delante de la demo y no la jugueis como si hubiese un objetivo, exploradla y tratadla como si fueseis un niño ante un montón de arena. No siempre se tiene la oportunidad de jugar a un juego sin la obligación de tener que hacer algo.


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